viernes, 24 de septiembre de 2010

Y todo por su culpa...

Él la hechizó con su cara perfecta y su mirada que atraviesa cualquier cosa. Con su forma de andar, con su madurez, con su cuerpo, con su voz, con su forma de mirarla un segundo cada vez que ella, ilusa, pasaba por delante. Él la hipnotizó hasta que la pobre no sabía qué hacer, adónde mirar, cómo comportarse cuando estaba cerca. Él era el motivo por el que la pequeña se ponía nerviosa cinco minutos antes de entrar en clase y sólo deseaba irse corriendo a casa. Él, sin saberlo, se había convertido en el dueño de su corazón. Él y toda su perfección. Y lo peor es que él nunca lo supo. Ni vivieron felices, ni comieron perdices.

Y así es como mi pequeña amiga sufrió por mal de amores.

1 comentario: